Ubud un pueblo sin encanto y nuevamente enfermo
Tras el largo camino, hemos llegado a Ubud. La ciudad es conocida por encontrarse en el centro de Bali y por estar rodeada de montañas, campos de arroz y mucho verde. Además hay templos, cascadas y mucha actividad para los turistas que disfrutan de la naturaleza. Sin embargo, el pueblo como tal es bastante feo y aburrido, salvo para los que les gusta el tema de terapias alternativas y yoga donde hay muchas academias y lugares a donde ir.
Dicen que Kuta es una locura, pues bien, Ubud también lo es. Está lleno de turistas, todo el tiempo es movimiento de carros, motos, gente… Es aburridor esa parte. A mí no me gustó, me pareció jartisimo, además que es una ciudad para turistas. Nada con ese lugar paradisiaco y hermoso que se ve en las fotos. Tal vez en las afueras, en villas o esto, pero la ciudad como tal, nada que ver.
¿Y por qué estamos en Ubud?
Nosotros hemos ido porque nos encanta el verde y teníamos muchas ganas de ver qué tipo de terapias hay por allí. Además, queríamos disfrutar de caminatas por las montañas y ver los hermosos campos de arroz. El HomeStay donde nos quedamos, es una pasada. Queda en una casa de familia típica de Indonesia. Consiste en un gran terreno, dividido en varias casas, cada integrante de la familia vive en una. Hay una cocina comunitaria y la sala también parece ser comunitaria. Además tienen altares para adorar a sus dioses y cuenta con muchas plantas. En este lugar habían varias casas para alquilar, al fin y al cabo era un HomeStay 😀
Dichas casas, son una habitación con baño, una cocinera afuera (algunas), con una especie de «terracita» para trabajar, tomar un café o el desayuno, que venía incluido con el alquiler. El desayuno consistía en Té o Café, fruta y Pancaque con banana. Todo delicioso y te lo servían hasta el medio día. La casa quedaba cerca a la vía principal, pero no había tránsito, lo que lo hacía muy tranquila. Por la zona, había mucha variedad para comer, cajeros y tiendas para comprar cosas. En general está muy bien ubicado el hostal.
Jaime recayendo
Un día después de llegar, Jaime recayó y empezó a sentirse nuevamente mal. Para ir al médico el dueño del hostal nos ofreció que sus hijos nos llevaban, ya que quedaba en las afueras y Jaime no se sentía capaz de manejar y buscar el lugar. Así que hablamos con los chicos y nos llevaron en moto al hospital. Nos esperaron mientras nos atendían y luego nos llevaron de nuevo a casa. Cuando les preguntamos cuánto les debíamos nos dijeron que nada y que por favor si tenía que volver les avisáramos.
En la situación que estábamos, podríamos haberles pagado lo que pidieran, pero nos conmovió que fueran tan desinteresados y que además todos los días preguntarán por Jaime y se ofrecieran a volver a llevarnos al médico si era necesario.
El hospital que más bien era un gran Centro Médico, era mucho más grande y mejor abastecido que el Centro Médico del norte de Kuta. Allí Jaime se mandó a hacer análisis de sangre para ver si era un virus y sobre todo para descartar si era Dengue. Ya que estaba con la loca idea de que de pronto era eso.
Los chicos y el dueño del hostal, estuvieron todo el tiempo pendientes de nosotros, sobre todo porque Jaime se la pasó en cama casi toda la semana y yo tuve que defenderme sola para buscar comida, mandar la ropa a la lavandería y comprar cosas para comer. Casi finalizando la semana, fuimos a un curandero, una especie de sanador de mucho prestigio, quien atendió a Jaime. Cuando fuimos Jaime ya se sentía un poquito mejor, pero no estaba bien del todo.
La preocupación que pasamos
La enfermedad de Jaime nos preocupó mucho, porque parecía como un Dengue. Su piel empezó a «ampollarse» por dentro, a ponerse roja por todas partes, no tenía aliento, le dolían las articulaciones. No le dio fiebre, ni vomito, pero ese desaliento, era preocupante. Los resultados realizados en el médico fueron enviados por correo electrónico y todos salieron bien. No era un dengue y si era un virus no salía en los exámenes.
La familia de Jaime estaba muy preocupada, con toda la razón, y yo entre mi preocupación y positivismo no sabía cómo mezclar las cosas. Lo único que pude hacer fue estar con él, hacerlo sonreír todos los días, llevarle la comida, consentirlo, animarlo, hablarle, acompañarle. Pero la cosa se puso tan mal, que la familia llamaba constantemente y me decían: «qué vas a hacer si le pasa algo» «cómo vas a hacer tú sola allí, no podrás hacer nada», «llévalo al médico» «oblígalo a ir«. Pues resulta que él después de ir la segunda vez, decidió que no quería volver. Me decía: «me siento mal, pero el médico no podrá hacer nada, así que dejemos que se vaya solo» Pero en su casa no lo entendían y yo estaba como en un sandwich.
Porque lo cierto es que yo para esos temas soy muy realista y sobre todo muy tranquila. No me dejo llevar por la desesperación, ni por el afán, ni por la incertidumbre. Soy muy de: escuchar a tu cuerpo, ver qué quiere, descansar, tomar mucha agua y prácticamente dejar que las cosas pasen. Pero aquí no fue posible. Era como tener una espada en el cuello, algo que puyaba a cada segundo. Fue una semana horrible.
Porque en general, fue un tire de aquí y de allá que me tenían como un acordeón. A la final le dije a Jaime: «mira tú no te vayas a morir, no porque no puedas, sino porque ¿cómo me vas a dejar toreando a tu familia si llegas a morirte?, no voy a poder volver a Colombia y mira que yo quiero volver a ver a mis padres». Él se reía y me decía «todavía no es el momento, así que nada, tú tranquila» y sí, la verdad es que yo estaba tranquila, no sé cómo explicarlo, pero sabía que a pesar de que se veía mal, de que yo veía que estaba mal, sabía que no era algo grave, que al menos ahí no se iba a morir y me tranquilizaba, hasta que empezaban las llamadas de su casa. Lo dicho, fue horrible.
Después de una semana de responso y descanso, empezó a sentirse mejor. Una tarde salimos a caminar por aquella ciudad caótica y nos encontramos con una nueva amiga española que conocimos por Facebook y que estaba por unos meses en Ubud. Ella nos reconoció mientras iba en su moto camino a su casa y hablamos con ella un rato y a pesar de que a penas nos vimos ese día, lo cierto es que estuvo toda la semana muy pendiente de Jaime. Además los dueños del hostal también estuvieron pendientes (si ya lo he dicho). La cosa es que en ningún momento me sentí sola y sabía que si pasaba algo tenía a quien llamar.
En general fue una semana dura, fue complicado estar allí. No conocimos nada de lo bonito de Ubud, pero comprendimos que de las enfermedades también se aprende y con pensar lo peor no solucionamos nada. Hay que mantener una actitud positiva, realista, pero sobre todo relajada, porque no nos ganamos nada con preocuparnos, con mandar mala vibra y sobre todo con hacer de una gota un diluvio.
No hicimos turismo en Ubud, pero conocimos unos chinos fabulosos que cocinaban vegetariano y tenían una sazón deliciosa. Una familia indonesia que nos atendió súper bien y a una alemana que hablaba un «poquito» de español, que resultó ser más de lo que yo hablo ingles 😀
No fue la mejor semana del viaje y tal vez no la de mi vida, pero sí fue una gran semana al fin y al cabo. Aprendí a dormir con mi miedo cerca, aprendí que puedo ser una buena enfermera y que soy mejor de lo que yo misma creo cuando se trata de supervivencia. Así fue como superamos una prueba más en esta aventura.
¿Cuál ha sido tu semana más difícil este año? ¿Has tenido más de una? ¿Cómo haces para enfrentar los momento difíciles?
Pero no nos dejes así, ¿qué tenía Jaime y ya se recuperó?
Abrazos!
Si claro ya se recuperó, eso fue a finales de enero. No sabemos qué fue exactamente, pero sí el mal rato que nos hizo pasar 🙁
Creo que todos tenemos algo para cuando pasan las cosas malas, campear el temporal, yo también soy de las que no me preocupo hasta que no pase algo, para que llamar las malas vibras pensando siempre lo peor.
Siii es lo que hay que hacer. La verdad yo entiendo las preocupaciones, son normales. La impotencia de no poder hacer nada, yo la sentí, pero con generar miedos y tener temores las cosas no se van a solucionar más rápido 🙂