Cómo perdimos durante una hora a dos perros que cuidábamos en Hong Kong
Hace unos días empecé a participar en un grupo donde contamos historias que nos pasan cuidando casas y perros.
Allí, Magali de Camino Mundos ha contado una historia genial que le pasó hace poco con dos perros y me hizo recordar lo mal que la pasamos mientras cuidábamos a Truffle y Troy en Hong Kong, cuando se nos escaparon por más de una hora.
Hoy te cuento esta anécdota porque me he comprometido a relatar la historia. Lo haré lo mejor que puedo, ya que la narrativa no es mi fuerte. Así que aquí vamos.
Perdiendo dos perros por confiados
Llegamos a esta casa que íbamos a cuidar durante un mes, tres días antes de que los dueños se fueran. Ellos nos explicaron cómo era la rutina de su hogar y el trabajo que íbamos a hacer que era alimentar a los gatos y sacar a pasear a los perros antes de cada comida.
Nos explicaron cómo había que darles de comer, dónde llevarlos y demás. Nos dijeron que se podían soltar en la playa y en un campo abierto que había cerca. De hecho ellos los soltaban cuando estaban con nosotros para que viéramos como eran de obedientes.
Todo parecía sencillo y bastante claro, por lo que nos sentimos tranquilos. Los perros eran entrenados, muy obedientes y «fáciles» de manejar. Así que nos confiamos.
Un día antes de que los dueños viajaran, quedamos en sacar nosotros a los perros solos para irnos, e irlos, acostumbrando.
Fue así como resultamos en un hermoso campo abierto. Como estábamos tan seguros, los hemos soltado. Dios, aún recuerdo ese momento.
Estábamos ahí tan felices y contentos pensando que iba a ser un corrida rápida de 10, 15 minutos y volverían sin problema, ya que deberían tener hambre.
Pues no fue así. Cuando les quitamos la correa, los perros se quedaron quietos, como era su costumbre, hasta que les dimos permiso para que corrieran. Ahí empezó todo, hicieron una carrera rápida en el campo y se han metido a un lago que había cerca.
¡Se han escapado de nuestro alcance!
Además, no los veíamos. Solamente escuchábamos que ladraban y por ratos notábamos que se metían al lago a perseguir las gaviotas.
Los llamábamos y no venían. No podíamos seguirlos porque no había camino, era un pantano, un lago y una especie de bosque muy encerrado, no había por dónde pasar.
Estábamos seriamente preocupados.
Media hora después seguían sin aparecer. Por más que les gritábamos ellos no hacían caso. Estaban felices mojándose, ladrando y persiguiendo gaviotas.
Y lo peor es que empieza a llover
De la nada, el cielo se oscureció y empezó a caer una lluvia constante y suave que no tenía intensión de parar y nosotros ahí, desprotegidos, en chanclas (sandalias), sin sombrilla y sin chaquetas aguantando el chaparrón (que debo decir era bastante frío) y llamando a los perros que no nos hacían ni caso.
Ellos, estaban felices jugando con el agua, las gaviotas, ignorándonos por completo.
Cuarenta y cinco minutos después, sin tener donde sentarnos, agarrotados del frío, sin saber qué hacer, para aumentar presión, me ha llegado el periodo.
Así sin más, sentí que algo bajaba de mi cuerpo. Algo que no esperaba en ese momento. No podía salir corriendo a casa y dejar a Jaime solo. No podía hacer nada salvo estar ahí y esperar que los perros se animaran a venir.
Una hora después seguíamos sin saber qué hacer, ni cómo hacer para que volvieran. Nos cansamos de llamarlos porque no hacían caso.
El mayor problema era que no teníamos acceso a ellos. No nos veían y nosotros a duras penas los veíamos a ellos que correteaban de un lado a otro sin ponernos atención.
Ya estábamos empapados y yo estaba desesperada por llegar a casa. Así que agarré coraje y me dispuse a meterme por el pantano. «Que más da» me dije. Estaba mojada, calada del frío, ensuciarme no podía ser tan terrible. Aunque claro andaba en chanclas (sandalias), lo que era como andar a pata pelada.
La luz al final del túnel
Estaba ya en camino cuando Troy apareció entre la selva buscando algo.
No sé si a nosotros o más gaviotas, pero estaba a un tramo de distancia de donde yo estaba. Lo llamé fuerte y cuando empezó a acercarse a mí, sentí que me volvía el corazón al cuerpo, muy lentamente, eso sí, pues no quería hacerme ilusiones hasta que no lo acariciara, bien podía salir corriendo dejándome ahí viendo estrellas.
El se acercó, me olfateó y yo aproveché para ponerle el collar.
Truffle estaba lejos haciendo lo que mejor hacía: ignorarnos. Yo me fui con Troy donde estaba Jaime y decidimos irnos caminando poco a poco hacia el camino que nos llevaría a casa, esperando que Truffle al sentirse sola se animara a seguir a Troy.
Y eso fue lo que pasó. Al momento apareció Trufflle empantanada y vuelta una nada. Pero al fin teníamos a los dos perros con nosotros.
Ahora era cosa de llegar a casa, bañarlos y tenerlos listos para cuando llegaran los dueños que iba a ser en cosa de minutos, porque se nos había hecho tardisímo.
Y después de la experiencia
Confieso que fue una experiencia aterradora, preocupante, acojonante y sobre todo frustrante, ya que el no poder hacer nada y simplemente esperar que esos animales se animaran a volver para nosotros fue desconcertante.
No nos conocían de nada y nosotros esperábamos que volvieran porque el solo hecho de imaginar qué decirles a los dueños nos aterraba.
La verdad es que pasamos un muy mal momento y luego el pensar en soltarlos fue una cosa de confianza y que llevó su tiempo.
La primera semana no éramos capaces de soltarlos. Lo que hacíamos era darles largas caminatas para que se cansaran.
A la segunda semana empezamos a confiar nuevamente y los fuimos soltando poco a poco y únicamente en la playa. Allí era un poquito más fácil controlarlos, porque había menos gaviotas y otros perros. Así y todo más de una vez trataron de irse de nuestro radar.
Aunque la verdad es que finalmente aprendimos a despreocuparnos y confiar.
Esos animales son muy inteligentes y van donde saben que les van a dar comida y los van a tratar bien. Era cosa de crear una relación con ellos y eso hacíamos cada día.
Estar con esos perros fue una gran escuela y nos aportaron un montón. Aunque no te miento cuando te digo que el recordar ese día de abril se me remueven las tripas aún 🙂
Las responsabilidades
Cuidar perros y casa ajena es una cosa de mucha responsabilidad. Es algo que requiere un gran compromiso. A veces no es sencillo. Tendrás momentos difíciles.
Muchas situaciones que requieren más atención que simplemente darle de comer a un animal y sacarlo a pasear. Así y todo, es una experiencia que vale la pena, que recomiendo si crees que tienes la madera para ello.
Si te animas a saber más del tema, te recomiendo la guía que hice para mis suscriptores de Traviajar. De una vez te podrías pasar por el blog donde seguro encontrarás información que te aportará mucho valor si la idea es perseguir tus sueños o saber de qué va eso de Traviajar para mí.
Me encantaría saber tu opinión sobre este relato que he hecho. Si me sigues sabes que este no es mi fuerte, pero estoy en un proceso constante de aprendizaje y me encantaría poder contarte muchas cosas que me pasan en los viajes de una manera entretenida.
Así que siéntete libre de enviarme críticas que me ayuden a mejorar.
Me imagino el susto tan hijuemadre, eso se siente uno como perdido en el amazonas.
jajaja siii fue horrible la sensación y es que cuando las cosas y animales son de uno, pues bien uno lo asume, pero cuando es de otra persona, yo no sé, como que se triplica el sentimiento (me parece a mí) 😀